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lunes, 8 de abril de 2024

La Santa Sede

 MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA 61a JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES 21 de abril de 2024 Llamados a sembrar la esperanza y a construir la paz Queridos hermanos y hermanas: Cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, su pueblo fiel en camino, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida. Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro. Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive. Por eso, esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Señor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido de aquellos que han abrazado una llamada que implica toda su vida. Pienso en las madres y en los padres que no anteponen sus propios intereses y no se dejan llevar por la corriente de un estilo superficial, sino que orientan su existencia, con amor y gratuidad, hacia el cuidado de las relaciones, abriéndose al don de la vida y poniéndose al servicio de los hijos y de su crecimiento. Pienso en los que llevan adelante su trabajo con entrega y espíritu de colaboración; en los que se comprometen, en diversos ámbitos y de distintas maneras, a construir un mundo más justo, una economía más solidaria, una política más equitativa, una sociedad más humana; en todos los hombres y las mujeres de buena voluntad que se desgastan por el bien común. Pienso en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran. Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios. A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él. Un pueblo en camino La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos. Como pueblo de Dios que camina por los senderos del mundo, animados por el Espíritu Santo e insertados como piedras vivas en el Cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros se descubre como miembro de una gran familia, hijo del Padre y hermano y hermana de sus semejantes. No somos islas encerradas en sí mismas, sino que somos partes del todo. Por eso, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones lleva impreso el sello de la sinodalidad: muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el bien de todos. Además, en el presente momento histórico, el camino común nos conduce hacia el Año Jubilar del 2025. Caminamos como peregrinos de esperanza hacia el Año Santo para que, redescubriendo la propia vocación y poniendo en relación los diversos dones del Espíritu, seamos en el mundo portadores y testigos del anhelo de Jesús: que formemos una sola familia, unida en el amor de Dios y sólida en el vínculo de la caridad, del compartir y de la fraternidad. Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2). Y la oración —lo sabemos— se hace más con la escucha que con palabras dirigidas a Dios. El Señor habla a nuestro corazón y quiere encontrarlo disponible, sincero y generoso. Su Palabra se ha hecho carne en Jesucristo, que nos revela y nos comunica plenamente la voluntad del Padre. En este año 2024, dedicado precisamente a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza, porque «la oración es la primera fuerza de la esperanza. Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta» (Catequesis, 20 mayo 2020). 2 Peregrinos de esperanza y constructores de paz Pero, ¿qué significa ser peregrinos? Quien comienza una peregrinación procura ante todo tener clara la meta, que lleva siempre en el corazón y en la mente. Pero, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo es necesario concentrarse en la etapa presente, y para afrontarla se necesita estar ligeros, deshacerse de cargas inútiles, llevar consigo lo esencial y luchar cada día para que el cansancio, el miedo, la incertidumbre y las tinieblas no obstaculicen el camino iniciado. De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, abren siempre ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos. El sentido de la peregrinación cristiana es precisamente este: nos ponemos en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones. Por lo tanto, somos peregrinos porque hemos sido llamados. Llamados a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros. Así, nuestro caminar en esta tierra nunca se resuelve en un cansarse sin sentido o en un vagar sin rumbo; por el contrario, cada día, respondiendo a nuestra llamada, intentamos dar los pasos posibles hacia un mundo nuevo, donde se viva en paz, con justicia y amor. Somos peregrinos de esperanza porque tendemos hacia un futuro mejor y nos comprometemos en construirlo a lo largo del camino. Este es, en definitiva, el propósito de toda vocación: llegar a ser hombres y mujeres de esperanza. Como individuos y como comunidad, en la variedad de los carismas y de los ministerios, todos estamos llamados a “darle cuerpo y corazón” a la esperanza del Evangelio en un mundo marcado por desafíos epocales: el avance amenazador de una tercera guerra mundial a pedazos; las multitudes de migrantes que huyen de sus tierras en busca de un futuro mejor; el aumento constante del número de pobres; el peligro de comprometer de modo irreversible la salud de nuestro planeta. Y a todo eso se agregan las dificultades que encontramos cotidianamente y que, a veces, amenazan con dejarnos en la resignación o el abatimiento. En nuestro tiempo es, pues, decisivo que nosotros los cristianos cultivemos una mirada llena de esperanza, para poder trabajar de manera fructífera, respondiendo a la vocación que nos ha sido confiada, al servicio del Reino de Dios, Reino de amor, de justicia y de paz. Esta esperanza —nos asegura san Pablo— «no quedará defraudada» (Rm 5,5), porque se trata de la promesa que el Señor Jesús nos ha hecho de permanecer siempre con nosotros y de involucrarnos en la obra de redención que Él quiere realizar en el corazón de cada persona y en el “corazón” de la creación. Dicha esperanza encuentra su centro propulsor en la Resurrección de Cristo, que «entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que 3 no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276). Incluso el apóstol Pablo afirma que «en esperanza» nosotros «estamos salvados» (Rm 8,24). La redención realizada en la Pascua da esperanza, una esperanza cierta, segura, con la que podemos afrontar los desafíos del presente. Ser peregrinos de esperanza y constructores de paz significa, entonces, fundar la propia existencia en la roca de la resurrección de Cristo, sabiendo que cada compromiso contraído, en la vocación que hemos abrazado y llevamos adelante, no cae en saco roto. A pesar de los fracasos y los contratiempos, el bien que sembramos crece de manera silenciosa y nada puede separarnos de la meta conclusiva, que es el encuentro con Cristo y la alegría de vivir en fraternidad entre nosotros por toda la eternidad. Esta llamada final debemos anticiparla cada día, pues la relación de amor con Dios y con los hermanos y hermanas comienza a realizar desde ahora el proyecto de Dios, el sueño de la unidad, de la paz y de la fraternidad. ¡Que nadie se sienta excluido de esta llamada! Cada uno de nosotros, dentro de las propias posibilidades, en el específico estado de vida puede ser, con la ayuda del Espíritu Santo, sembrador de esperanza y de paz. La valentía de involucrarse Por todo esto les digo una vez más, como durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa: “Rise up! – ¡Levántense!”. Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz. Apasionémonos por la vida y comprometámonos en el cuidado amoroso de aquellos que están a nuestro lado y del ambiente donde vivimos. Se los repito: ¡tengan la valentía de involucrarse! Don Oreste Benzi, un infatigable apóstol de la caridad, siempre en favor de los últimos y de los indefensos, solía repetir que no hay nadie tan pobre que no tenga nada que dar, ni hay nadie tan rico que no tenga necesidad de algo que recibir. Levantémonos, por tanto, y pongámonos en camino como peregrinos de esperanza, para que, como hizo María con santa Isabel, también nosotros llevemos anuncios de alegría, generaremos vida nueva y seamos artesanos de fraternidad y de paz. Roma, San Juan de Letrán, 21 de abril de 2024, IV Domingo de Pascua. FRANCISCO Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana

lunes, 25 de marzo de 2024

Apoyando a los catequistas aborígenes en Australia

 AUSTRALIA  Los Misioneros del Verbo Divino están acostumbrados a hacer kilómetros y kilómetros en el Territorio del Norte australiano, una estepa árida en el interior, y con costas salvajes a orillas de los mares de Timor y Arafura, y el Golfo de Carpentaria. Como en los tiempos de San Francisco Javier, pasan más tiempo en camino que con sus feligreses. Este ha sido su desafío, cuentan desde las Obras Misionales Pontificias de Australia, porque la clave del espíritu misionero es pasar tiempo con las personas, conocerlas escuchándolas con la mente y el corazón abiertos y creando espacios para el compromiso. Un desafío para estos misioneros que trabajan con comunidades aborígenes en zonas remotas de este Territorio del Norte, que coincide en fronteras con la diócesis católica de Darwin. Una extensión inmensa, tres veces España, con menos de un cuarto de millón de habitantes.

Para mostrar su cercanía a los pueblos aborígenes que habitan estas tierras, la mitad de los cuales son católicos, dos misioneros se han establecido en diciembre de manera permanente en Daly River, a unos 230 km al sur de la capital del Estado, Darwin, que está en la costa. El problema son las muchas comunidades dispersas en esta inmensidad. Por eso, los Misioneros del Verbo Divino han recibido el apoyo de las Obras Misionales Pontificias de Australia, para comprar una furgoneta camper, que les permitirá permanecer en los lugares que visitan por períodos de tiempo más largos. El nuevo vehículo les concederá más tiempo para apoyar pastoralmente a las comunidades, preparándolas para los sacramentos y asesorar a los catequistas.

De hecho el tema de los catequistas es uno de los ejes centrales de la evangelización de esta zona. Existe un programa de catequistas comunitarios en el que están involucrados los consejos locales de ancianos, las parroquias y Catholic Missio (las Obras Misionales Pontificias de Australia). Un programa que tiene como base la fe pero que busca que la cultura aborigen prospere y no se olvide. En la Parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Alice Springs, a nada menos que a 1.500 km al sur de Darwin, se ha establecido con éxito el programa de catequistas. El padre Prakash Menezes, el Misionero del Verbo Divino que está al frente de esta parroquia, explicaba que esta “cubre unos 600 kilómetros de área de norte a sur y de este a oeste”, y tiene “alrededor de 16 comunidades aborígenes repartidas por esta zona”. Fueron los ancianos, añade “los que dijeron esto es bueno, necesitamos que la gente de la comunidad transmita la fe y la cultura a nuestros jóvenes y necesitamos algo de formación”. Lo que no les gustó fue la palabra “catequista”, una palabra extranjera para los Arrente, el pueblo aborigen que habita esta zona. Así que “comenzamos a usar el término ‘Líderes religiosos’ y también animamos a los mayores a encontrar una palabra en su propio idioma”, cuenta el padre Menezes. Tras muchas discusiones el término elegido, casi impronunciable para los no iniciados en las lenguas australianas, ha sido “tyerrtye akngerreparte”, que significa “un anciano, un líder”. Una expresión difícil de decir pero que es en sí misma todo un programa.

jueves, 21 de marzo de 2024

Escuela Daniel Comboni, una joya en medio de la inseguridad y la guerra

REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO  La Escuela Primaria San Daniel Comboni de Butembo se inauguró el 3 de febrero de 2022. Como cuenta su directora, la misionera comboniana Liée Mramadji Natingar, en ella se hace todo lo posible por acoger en la normalidad escolar a los niños que viven en una zona del planeta siempre en vilo. La escuela está ubicada en la comuna de Mususa, en la ciudad de Butembo.

Hace una semana, la Cruz Roja hacía un llamamiento para afrontar la escalada de la crisis humanitaria que afecta a la parte oriental de la República Democrática del Congo. Las provincias más afectas, se explicaba, son las provincias de Kivu del Sur y Kivu del Norte, donde se encuentra Butembo. Durante casi dos años, esta región ha estado envuelta en un conflicto devastador. Desde el comienzo de esta última crisis en marzo de 2022, más de 1,6 millones de personas se han convertido en desplazados internos, obligados a buscar refugio en condiciones ya de hacinamiento.

En medio de todo esto, las Misioneras Combonianas han apostado por la normalidad de impartir educación a los niños, apostando, con la esperanza y confianza en Dios que las caracteriza. Así cuenta la hermana Natingar la “normalidad” y dificultades a las que se enfrenta, en este testimonio compartido por las Misioneras Combonianas:

“Soy Liée Mramadji Natingar, directora de la Escuela Primaria San Daniel Comboni y del Centro de Recuperación Escolar San Daniel Comboni de Butembo. En esta zona vivimos en un contexto de inseguridad total y de guerra. El secuestro de niños está a la orden del día, y esto nos preocupa mucho a todos y de modo particular a los padres. Todo esto influye en los niños y en su rendimiento escolar. Por ello en mi trabajo en el ámbito escolar, lo primero que busco es la calidad de la enseñanza de los niños cuya educación se me confía y también que encuentren un lugar donde se sientan seguros. La formación del niño que es el futuro de la nación, de la Iglesia. Este es mi campo de batalla.

Las causas del bajo rendimiento escolar son muchas. Cuando hay niños indisciplinados, por ejemplo, llamo a los padres e intentamos comprender el origen de ese comportamiento: ¿Qué hace que el niño duerma todo el tiempo en clase? ¿Por qué llega siempre tarde a la escuela? ¿Está siempre aislado de sus amigos? ¿Está triste? ¿Trabaja demasiado en casa? ¿No come lo suficiente? ¿Está traumatizado? ¿Está mal supervisado o educado en casa? ¿Vive con sus padres? ¿Los padres están vivos? Estas preguntas pretenden indagar en el origen del problema del niño con el fin de elevar su nivel y buscar los medios para su buena adaptación a la escuela.

Otras veces puede ser por falta de material escolar. Entonces hay que hablar con los padres para que compren al niño lo que necesita. En ocasiones los padres muestran poco interés por la educación de sus hijos, como por ejemplo en casos de abandono paterno donde la madre tiene que ocuparse de todo. También nos encontramos con niños abandonados a ellos mismos con carencia de material escolar, de ropa, etc. En otros casos es al contrario, vienen ellos mismos a presentar las dificultades familiares. Otras dificultades las encontramos con los niños desplazados por la guerra que no tienen pizarra, ni cuaderno ni bolígrafo. Incluso el comer cada día es un problema para ellos. Los padres vienen a expresar sus dificultades, porque se ven desbordados por la situación.

También los niños de la calle conocen situaciones muy duras. En ocasiones son niños abandonados por sus padres y cuyos abuelos asumen el hacerse cargo de ellos. En estos casos lo esencial para los abuelos es encontrar el medio de que el niño coma. La cuestión de la escuela no es importante y pasa a segundo plano. Este tipo de niños se sienten acomplejados en el entorno escolar, porque no tienen lo que necesitan para progresar en sus estudios como deberían. Y esto influye negativamente en su trayectoria escolar.

Muchos padres confían en mí. Están convencidos de que en este entorno educativo sus hijos reciben una buena educación, están bien seguidos y supervisados. La gente está muy contenta con esta escuela de reciente construcción. Para ellos, es una joya en medio de la inseguridad y de la guerra. Les da mucha esperanza porque es el futuro de sus hijos. Ahora los niños no tienen que recorrer grandes distancias para ir al colegio. Mi presencia como directora, una monja africana en esta escuela, es una gran alegría para ellos. Para algunos, es el sueño de San Daniel Comboni de ‘salvar África con África’. Veo que la gente confía mucho en mí. Lo noto en el sincero compartir que hacen conmigo”