“SAL
DE TU TIERRA”
La Jornada
del DOMUND es una cita muy importante que cada año tenemos en la Iglesia para
ayudar a la decisiva tarea de los misioneros y misioneras en su misión de
anunciar el Evangelio de Jesucristo al mundo entero. Esta Jornada nos propone
el ejemplo de los misioneros y misioneras que lo han dejado todo para salir de
su tierra e ir hacia los que no conocen a Cristo. Y esto nos recuerda a cada
uno de nosotros y a toda la comunidad cristiana que estamos llamados a salir de
nosotros mismos, a ser lo que el Papa Francisco llama “una Iglesia en salida”.
Una
responsabilidad fundamental del cristiano es ser testigo de nuestra fe y
colaborar activamente a su transmisión a todos los hombres. No siempre tenemos
clara esta responsabilidad los cristianos y nuestras respectivas comunidades cristianas,
en este caso nuestras parroquias. De hecho, me suele invadir una gran tristeza
cuando, al final de la Campaña del Domund, leo los resultados de lo recaudado
para este fin en cada parroquia de la Diócesis y constato lo poco generosos que
somos y , lo que es mucho peor, que hay
parroquias que ni siquiera hacen esta preceptiva colecta.
Hoy cada
comunidad cristiana está llamada a salir de sí misma y a abrirse plenamente a
la misión. Esta apertura es constitutiva de su propia identidad. La misión
implica salir de la propia tierra para abrirse al ancho horizonte de nuestro
mundo con el fin de anunciar el Evangelio. Todavía hoy en la Iglesia, y cada
vez más entre los laicos, este salir de la tierra se da con mucha más
frecuencia de lo que imaginamos. Pero también debe concretarse en cada
comunidad cristiana. La propia tierra no es solo un lugar geográfico, sino
aquello donde cada uno nos sentimos seguros. Salir de la propia tierra significa
desprenderse de este terreno seguro para proclamar el Evangelio. Hoy cada
comunidad cristiana está llamada a salir de esos ámbitos para acercarse a
aquellos que están lejos de la Iglesia o no han oído hablar de Cristo.
Los
cristianos tenemos que superar nuestras perezas y nuestros complejos culturales
para vivir lúcidamente el mandato de Jesucristo de llevar y colaborar a llevar
el Evangelio a todas las gentes. Esa
gran misión de la Iglesia afecta a la integridad de nuestra fe y, en
consecuencia, a la vida digna del todo el género humano.
En estos
días, una persona tan conocida como Pilar Rahola pronunció en la Iglesia de la
Sagrada Familia de Barcelona un importante y significativo pregón del Domund.
Allí, después de afirmar, que “no soy creyente, aunque algún buen amigo me dice
que soy la no creyente más creyente que conoce”, hace una encendida alabanza de
los misioneros como portadores de la palabra cristiana y, a la vez, servidores
de las necesidades humanas. Y en ese contexto pronunció unas palabras que no me
resisto a transcribirlas por lo que tienen de lúcidas y libres: “Quiero decir
desde mi condición de no creyente que la misión de evangelizar es, también, una
misión de servicio al ser humano, sea cual sea su condición, identidad,
cultura, idioma…, porque los valores cristianos son valores universales que
entroncan directamente con los derechos humanos. Por supuesto, me refiero a la
palabra de Dios como fuente de bondad y de paz, y no al uso de Dios como idea
de poder y de imposición….“.
Los misioneros
de todos los tiempos de la Iglesia, también los de hoy, son una de las mayores
glorias del cristianismo. La Iglesia ha vivido siempre de la energía inagotable
de su entrega generosa y heroica. Y su misión solo es posible con la ayuda de
todos los cristianos.
Luis Quinteiro Fiuza
Obispo de Tui-Vigo