César L. Caro Puértolas es el vicario general de San José del Amazonas. Sacerdote de la diócesis de Mérida-Badajoz, partió a la misión en Perú en septiembre de 2014, y lleva en este vicariato amazónico de Perú desde 2017, un territorio con puestos de misión en los ríos Amazonas, Napo, Putumayo y Yavarí. En esta comunicación, César se “queja” de los problemas educativos de esta zona.
“O catástrofe. O despropósito. O descalabro absoluto.
Todos estos sustantivos valen para describir la educación en nuestra querida
región Loreto, y acaso en todo el Perú. También fracaso amargo y sin
paliativos. O naufragio cruel y en toda regla, ya que vivimos a la orilla del
río.
Estoy de visita en Mazán, puesto misionero cercano a
Iquitos, pequeña ciudad con dos colegios de secundaria, y allí vamos. El caos
salta a la vista en el “Jorge Basadre”. No hay director, pero sí formación en
el patio. Inmediatamente se aprecia que los alumnos no caben, y lo corroboran
varios profesores. La biblioteca y el comedor hacen de improvisados salones de
clases, y aun así hay grados que han de estudiar por la tarde.
El sol atiza cuando nos dirigimos al otro centro
educativo, el “César Vallejo”. No solamente falta el director, hay varios
maestros ausentes, y por tanto aulas con alumnos solos y en general chicos y
chicas un poco por todas partes. Patios con gente corriendo, yendo y viniendo,
ajetreo, ruido, puertas abiertas por el calor… En definitiva, la certeza de que
no se está haciendo nada de mérito. La zona de los más mayores es desoladora: un
grupo en una espacie de pasillo, los de quinto dentro de algo que parece un
almacén de arroz: paredes hechas con cuatro tablas chuecas, piso de cemento
descascarillado, mesas rotas o demasiado bajas, sillas viejas, bancas sin
respaldo.
El siniestro se recrudece si nos adentramos en el
mundo rural profundo, adonde pasamos una jornada. Recibe nuestro bote una nube
de 100 niños, sin exagerar; se pregunta uno qué pasa con la escuela. Como
tampoco hay espacio, han ubicado a cuarto y quinto de primaria en el local
comunal; el maestro les ha escrito en la pizarra unas frases en español
(“castellaneando”) para que las copien y se ha ido a casa de unos compadres,
unos cincuenta metros en frente, lo vemos riendo junto a la ventana. Revisamos
cómo va el trabajo y comprobamos desconsolados que los niños no logran
escribir, no hay forma.
Esta dejadez, esta incompetencia, esta
irresponsabilidad, este desastre viola groseramente el derecho a la educación,
comienza a cerrar puertas a las personas ya desde niños, les cercena
oportunidades de desarrollo, los arrincona en los márgenes de la desventura y
condena a los pueblos, al país entero, a la mediocridad. Derrotado y afligido,
me pregunto qué se puede hacer”.