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viernes, 8 de agosto de 2025

COMENTARIO BIBLICO - XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (AÑO C)

 XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (AÑO C) 

Sab 18,6-9; Sal 32; Heb 11,1-2.8-19; Lc 12,32-48

COMENTARIO 

Para la sabiduría del discípulo en la vida a la espera de Cristo.

La enseñanza del Evangelio de hoy continúa con la perspectiva sapiencial de la vida cristiana que se nos ha enseñado en los últimos domingos. Esta sabiduría significa saber “enriquecerse ante Dios” y no para sí mismo o ante los hombres, es decir, orientarse constantemente hacia Dios en la vida. Jesús vuelve a insistir ahora en algunas actitudes fundamentales concretas para sus discípulos, llamados así a ser cada vez más sabios en la vida para transmitir la sabiduría divina a los demás.

 

1. «No temas, pequeño rebaño»: la valentía de los discípulos del reino.

 

En primer lugar, Jesús se dirige directamente a sus discípulos para exhortarles a un abandono radical de todas las posesiones con vistas a un bien superior: el reino de Dios: «Vended vuestros bienes y dad limosna». Se trata de insistir en la prioridad absoluta del reino, y su venida, por la que Jesús había enseñado a sus discípulos a rezar en el Padrenuestro. Él mismo, inmediatamente antes de este pasaje del Evangelio de Lucas, sugiere, incluso recomienda: «Buscad más bien su reino, y lo demás [de la vida cotidiana] se os dará por añadidura» (Lc 12,31).

 

El razonamiento que subyace a una acción tan radical (darlo todo en limosna) es exquisitamente sapiencial, como explica Jesús en el evangelio de hoy. Se trata de obtener (a través de la limosna) «bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla», precisamente en la línea de las instrucciones de los sabios bíblicos-judaicos (cf. por ejemplo, Tob 4:8-11). En realidad es un “comercio sacro”, por utilizar la expresión “profana” del mercado. El pensamiento sigue la lógica de las parábolas gemelas que Jesús ha narrado sobre la realidad del reino como tesoro escondido y como perla de gran valore (cf. Mt 13,44-45): quién la encuentra, «va a vender todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,46). Por eso, al joven rico que pregunta cómo puede heredar la vida eterna, Jesús le recomienda guardar los mandamientos de Dios y añade “una cosa” en particular: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme» (Mc 10,21; Lc 18,22).

 

Sin embargo, a pesar de la lógica de la argumentación, no todo el mundo era capaz de hacer un cambio de mentalidad tan radical por el Reino: hacerse pobre, hacerse pequeño para entrar en el Reino. Por eso, a los que lo hacen (y lo harán) está reservada la exhortación particular de Jesús que, para las primeras generaciones de cristianos, representó una dulce y conmovedora bendición (así como para toda nueva comunidad cristiana nacida en territorios de misión en cada época): «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino». Sí, hace falta una valentía “inspirada” e “iluminada” para abandonarlo todo por el Reino de Dios; esto supone salir con valentía de sí mismo y de toda restricción material terrenal visible para entregarse totalmente a Dios con fe y confianza filial, siguiendo el ejemplo de los ilustres padres y madres de la fe del Pueblo Elegido (exaltados en la segunda lectura). De hecho, Jesús concluye con unas sabias palabras, «donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón», que suenan como una advertencia para todos sus discípulos de hoy. Al fin y al cabo, es una sabiduría de lo alto que el mundo no entiende. En efecto, este abandono radical de los bienes terrenales por el reino por parte de los discípulos de Cristo será visto como una estupidez por el mundo, al igual que Cristo con el misterio de su cruz: una estupidez para el mundo pero una sabiduría de Dios.

 

2. «Tened ceñida vuestra cintura»: estar preparados para una nueva Pascua, el regreso del Señor.

 

De nuevo desde una perspectiva sapiencial, la segunda actitud que se exige a los discípulos es estar preparados para el regreso de Cristo, su Maestro y Señor. Esta petición parece casi “inapropiada” hacerla en época de vacaciones y, por tanto, de descanso y relajación para muchos. Sin embargo, es siempre la palabra de salvación que Dios nos da a cada uno de nosotros para recordarnos la verdad y la sabiduría de la vida: debemos estar siempre vigilantes en cada momento de la vida para estar listos para encontrarnos con el glorioso Señor, porque no sabemos «el día ni la hora» (Mt 25,13). No se trata de vivir constantemente en la ansiedad, en el miedo ante lo desconocido, sino sabiamente según la palabra de Dios que ilumina.

 

A este respecto, la sabia disposición recomendada por Jesús se ilustra con la imagen de «tened ceñida vuestra cintura» y «encendidas las lámparas», que se refiere a la experiencia de la noche del éxodo de Egipto en la historia de Israel, cuando el pueblo fue invitado a comer la Pascua con «la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano», listos para partir (Ex 12,11). Es la experiencia de la “noche de la liberación”, «[en espera de] la salvación de los justos», como vemos en la siguiente reflexión del libro de la Sabiduría (en la primera lectura). De este modo, la sabia espera de los discípulos de Jesús por su regreso tendrá siempre un carácter pascual gozoso ante la liberación definitiva de todo mal, por el que aún sucumben, y sobre todo ante la comunión perfecta y feliz con su Maestro y Señor que les ofrece todo. Este es el punto que Jesús ha querido enfatizar con una imagen hiperbólica y surrealista, es decir, que nunca sucede aquí abajo, sino sólo allá arriba: «[el señor] se ceñirá, los hará sentar a la mesa [a los siervos vigilantes] y, acercándose, les irá sirviendo» (Lc 12,37).

 

3. «¿Quién es el administrador fiel y prudente»: la llamada especial a la sabiduría para los discípulos “responsables”.

 

Por último, Jesús, provocado por la pregunta de Pedro («Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?»), quiere subrayar la especial vocación a la sabiduría de los discípulos “encargados” o “responsables” de las comunidades. Aquí, el evangelista Lucas le llama “Señor” precisamente para exaltar la autoridad divina y subrayar la importancia de su enseñanza. Sin embargo, es curioso que Jesús responda a la pregunta de Pedro no con un sí o un no, sino con otra pregunta que hace reflexionar a los interlocutores: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?» Esto nos pone de nuevo en el ambiente escolar con Jesús como maestro, al estilo habitual de los sabios bíblico-judíos.

Además, el lenguaje de la pregunta y de la enseñanza posterior resulta exquisitamente sapiencial, y el conjunto (palabras y expresiones) recuerda la reflexión bíblica sobre la historia de José el Patriarca (cf. Sal 105; Gn 39-41): «por delante había enviado a un hombre, a José, vendido como esclavo. (…) lo nombró administrador de su casa, señor de todas sus posesiones, para que a su gusto instruyera a los príncipes y enseñase sabiduría a los ancianos» (Sal 105,17.21-22). De este contexto bíblico-literario se desprende que el siervo-administrador de la parábola de Jesús no sólo debe ser fiel [digno de confianza], sino también sabio [prudente], pues alude a la figura del patriarca cuya tarea no era tanto administrar los bienes materiales como transmitir la sabiduría a sus súbditos (cf. Sal 105,22). Esta visión ideal de un buen administrador se refleja también en las acciones típicas de la “esposa eficiente” en Pr 31:10-31: «Todavía de noche, se levanta a preparar la comida a los de casa y repartir trabajo a las criadas (…) Abre la boca con sabiduría, su lengua enseña con bondad» (vv.15.26).

En esta perspectiva, el repartir «la ración de alimento a sus horas» que Jesús recomienda al administrador, mencionado en la parábola, se refiere a un cuidado “completo” no sólo del alimento material, sino también del espiritual. Así, la vigilancia de ese siervo, a la cabeza de los demás en la casa del Señor, se concretiza en el procurar de forma diligente los “alimentos” para los siervos, que también y sobre todo significa la enseñanza de la sabiduría. Esta es la vocación especial de los discípulos que el Señor ha puesto “a la cabeza” de sus comunidades. Están llamados a ser sabios en la vigilancia, cumpliendo fielmente el compromiso que el Señor les ha confiado. Por otra parte, se les exige que crezcan siempre en la sabiduría divina para proporcionar a los demás toda la enseñanza que han recibido del divino Maestro, porque, como el propio Jesús subraya,  «al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá». Esta será su misión especial, recordando lo que el Señor resucitado recomienda a todos sus discípulos: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28,19-20).

Oremos, pues, para que el Señor haga crecer en nosotros la sabiduría para no tener miedo al radicalismo evangélico por el reino, para estar siempre vigilantes y preparados para el encuentro gozoso con el Señor a su regreso, y para colaborar cada vez más fielmente con el Señor, cada uno según su vocación, en dar a todos el alimento necesario que conduce a la vida eterna. Amén. 

Pontificia Unión Misional – D.A.N. Nguyen 

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