XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (AÑO C)
Sab 18,6-9; Sal 32; Heb 11,1-2.8-19; Lc 12,32-48
COMENTARIO
Para la sabiduría del discípulo en la vida a la espera de Cristo.
La enseñanza del Evangelio de hoy
continúa con la perspectiva sapiencial de la vida cristiana que se nos ha
enseñado en los últimos domingos. Esta sabiduría significa saber “enriquecerse
ante Dios” y no para sí mismo o ante los hombres, es decir, orientarse
constantemente hacia Dios en la vida. Jesús vuelve a insistir ahora en algunas
actitudes fundamentales concretas para sus discípulos,
llamados así a ser cada vez más sabios en la vida para transmitir la sabiduría
divina a los demás.
1. «No temas, pequeño rebaño»: la valentía de los discípulos del reino.
En primer lugar, Jesús se dirige
directamente a sus discípulos para exhortarles a un abandono radical de todas
las posesiones con vistas a un bien superior: el reino de Dios: «Vended
vuestros bienes y dad limosna». Se trata de insistir en la prioridad absoluta
del reino, y su venida, por la que Jesús había enseñado a sus discípulos a
rezar en el Padrenuestro. Él mismo,
inmediatamente antes de este pasaje del Evangelio de Lucas, sugiere, incluso
recomienda: «Buscad más bien su reino, y lo demás [de la vida cotidiana] se os
dará por añadidura» (Lc 12,31).
El razonamiento que subyace a una
acción tan radical (darlo todo en limosna) es exquisitamente sapiencial, como
explica Jesús en el evangelio de hoy. Se trata de obtener (a través de la
limosna) «bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo,
adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla», precisamente en la línea
de las instrucciones de los sabios bíblicos-judaicos (cf. por ejemplo, Tob
4:8-11). En realidad es un “comercio sacro”, por utilizar la expresión
“profana” del mercado. El pensamiento sigue la lógica de las parábolas gemelas
que Jesús ha narrado sobre la realidad del reino como tesoro escondido y como
perla de gran valore (cf. Mt 13,44-45): quién la encuentra, «va a vender todo
lo que tiene y la compra» (Mt 13,46). Por eso, al joven rico que pregunta cómo
puede heredar la vida eterna, Jesús le recomienda guardar los mandamientos de
Dios y añade “una cosa” en particular: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres,
así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme» (Mc 10,21; Lc
18,22).
Sin embargo, a pesar de la lógica de
la argumentación, no todo el mundo era capaz de hacer un cambio de mentalidad
tan radical por el Reino: hacerse pobre, hacerse pequeño para entrar en el
Reino. Por eso, a los que lo hacen (y lo harán) está reservada la exhortación
particular de Jesús que, para las primeras generaciones de cristianos,
representó una dulce y conmovedora bendición (así como para toda nueva
comunidad cristiana nacida en territorios de misión en cada época): «No temas,
pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino». Sí, hace
falta una valentía “inspirada” e “iluminada” para abandonarlo todo por el Reino
de Dios; esto supone salir con valentía de sí mismo y de toda restricción
material terrenal visible para entregarse totalmente a Dios con fe y confianza
filial, siguiendo el ejemplo de los ilustres padres y madres de la fe del
Pueblo Elegido (exaltados en la segunda lectura). De hecho, Jesús concluye con
unas sabias palabras, «donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro
corazón», que suenan como una advertencia para todos sus discípulos de hoy. Al
fin y al cabo, es una sabiduría de lo alto que el mundo no entiende. En efecto,
este abandono radical de los bienes terrenales por el reino por parte de los
discípulos de Cristo será visto como una estupidez por el mundo, al igual que
Cristo con el misterio de su cruz: una estupidez para el mundo pero una
sabiduría de Dios.
2. «Tened ceñida vuestra cintura»: estar preparados para una nueva Pascua,
el regreso del Señor.
De nuevo desde una perspectiva
sapiencial, la segunda actitud que se exige a los discípulos es estar
preparados para el regreso de Cristo, su Maestro y Señor. Esta petición parece
casi “inapropiada” hacerla en época de vacaciones y, por tanto, de descanso y
relajación para muchos. Sin embargo, es siempre la palabra de salvación que
Dios nos da a cada uno de nosotros para recordarnos la verdad y la sabiduría de
la vida: debemos estar siempre vigilantes en cada momento de la vida para estar
listos para encontrarnos con el glorioso Señor, porque no sabemos «el día ni la
hora» (Mt 25,13). No se trata de vivir constantemente en la ansiedad, en el
miedo ante lo desconocido, sino sabiamente según la palabra de Dios que
ilumina.
A este respecto, la sabia
disposición recomendada por Jesús se ilustra con la imagen de «tened ceñida
vuestra cintura» y «encendidas las lámparas», que se refiere a la experiencia
de la noche del éxodo de Egipto en la historia de Israel, cuando el pueblo fue
invitado a comer la Pascua con «la cintura ceñida, las sandalias en los pies,
un bastón en la mano», listos para partir (Ex 12,11). Es la experiencia de la
“noche de la liberación”, «[en espera de] la salvación de los justos», como vemos
en la siguiente reflexión del libro de la Sabiduría (en la primera lectura). De
este modo, la sabia espera de los discípulos de Jesús por su regreso tendrá
siempre un carácter pascual gozoso ante la liberación definitiva de todo mal,
por el que aún sucumben, y sobre todo ante la comunión perfecta y feliz con su
Maestro y Señor que les ofrece todo. Este es el punto que Jesús ha querido
enfatizar con una imagen hiperbólica y surrealista, es decir, que nunca sucede
aquí abajo, sino sólo allá arriba: «[el señor] se ceñirá, los hará sentar a la
mesa [a los siervos vigilantes] y, acercándose, les irá sirviendo» (Lc 12,37).
3. «¿Quién es el administrador fiel y prudente»: la llamada especial a la
sabiduría para los discípulos “responsables”.
Por último, Jesús, provocado por la
pregunta de Pedro («Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?»),
quiere subrayar la especial vocación a la sabiduría de los discípulos
“encargados” o “responsables” de las comunidades. Aquí, el evangelista Lucas le
llama “Señor” precisamente para exaltar la autoridad divina y subrayar la
importancia de su enseñanza. Sin embargo, es curioso que Jesús responda a la
pregunta de Pedro no con un sí o un no, sino con otra pregunta que hace
reflexionar a los interlocutores: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a
quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de
alimento a sus horas?» Esto nos pone de nuevo en el ambiente escolar con Jesús
como maestro, al estilo habitual de los sabios bíblico-judíos.
Además, el
lenguaje de la pregunta y de la enseñanza posterior resulta exquisitamente
sapiencial, y el conjunto (palabras y expresiones) recuerda la reflexión
bíblica sobre la historia de José el Patriarca (cf. Sal 105; Gn 39-41): «por delante había enviado a un hombre, a José,
vendido como esclavo. (…) lo nombró administrador de su casa, señor de
todas sus posesiones, para que a su gusto instruyera a los príncipes y
enseñase sabiduría a los ancianos»
(Sal 105,17.21-22). De este contexto bíblico-literario se desprende que el
siervo-administrador de la parábola de Jesús no sólo debe ser fiel [digno de
confianza], sino también sabio [prudente], pues alude a la figura del patriarca
cuya tarea no era tanto administrar los bienes materiales como transmitir la
sabiduría a sus súbditos (cf. Sal 105,22). Esta visión ideal de un buen
administrador se refleja también en las acciones típicas de la “esposa
eficiente” en Pr 31:10-31: «Todavía de
noche, se levanta a preparar la comida
a los de casa y repartir trabajo a las criadas (…) Abre la boca con sabiduría, su lengua enseña con bondad» (vv.15.26).