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jueves, 2 de julio de 2020

La historia de Pu Yao Mu-Mu, la monja misionera china


“Fueron las niñas”, recuerda el misionero jesuita, “las que sabiendo la historia de su vida le pusieron Pu Yao Mu-Mu. Cuando ella entró en su congregación, el 30 de marzo de 1917, me faltaban a mí seis meses para nacer. Ella había nacido el 25 de enero de 1896; profesó el 9 de noviembre de 1925 y murió en 1953, después de haber estado 36 años en misiones. Había nacido en Shanghai, y siguiendo la tradición centenaria de la época dos distinguidas familias de la ciudad celebraron el Ting-Hung, el contrato prematrimonial.

Una dificultad al celebrarse el contrato fue la familia del novio. La familia Chu era una familia cristiana ferviente, con varias vocaciones de jesuitas. Un miembro de esta familia incluso se convirtió en uno de los primeros obispos chinos consagrados por el Papa de la época. Recuerdo también que un jesuita, de esta familia, vivió conmigo en Taiwán. Pero la familia de la novia, la familia Chiao, no era cristiana. Siguiendo las costumbres, la familia cristiana solía pedir a la no cristiana que permitiesen a la novia acudir a catequesis, de manera que, si ella quería, recibiera el bautismo antes de casarse. Y así se hizo. La chica quiso bautizarse pero, tras el bautismo, vino la bomba: La novia se presentó ante el padre Meaumus, un padre francés que yo conocí ya viejito en Shanghai, que era el que la había catequizado y bautizado y le dijo: ‘Padre, lo he pensado bien, y no quiero casarme; quiero ser monja’. El buen P. Meaumus, después de reponerse del susto le dijo: ‘Eso es imposible. Ya hicisteis el Ting-Hung y, según la tradición, no se puede romper… Los puntos suspensivos los añado para indicar el tiempo, largo, que el buen padre dedicó a intentar convencer a la novia sin ningún fruto. ‘Bueno’, le dijo, escríbele una carta al padre del novio para que te dejen romper el contrato. Pero va a ser inútil’. Tenía razón. El padre del novio se puso furioso y se fue inmediatamente a casa de la novia. Los gritos se oyeron en todo Shanghai, y también los juramentos del padre de la novia de que su hija se casaría quisiera o no.

Volvió la novia a hablar con el P. Meaumus: ‘Ya te dije yo. Es Imposible. ¿Pero de verdad que lo pensaste bien y quieres ser monja?’. Ella le respondió: ‘Padre, desde que conocí a Jesucristo Nuestro Señor, no quiero otro hombre en mi vida’. El padre vio que aquella chinita no era cualquiera y le dijo que la única solución, con toda la boda preparada, era que en la Iglesia, al preguntarle el sacerdote si quería por marido… dijera Pu Yao (no quiero). ‘¿Pero te das cuenta de la revolución que se va a armar?’, le insistió todavía el padre. ‘Ya lo sé, pero estoy preparada’. Y llegó el día. Todo muy bien hasta que llega el momento de las preguntas. Al novio: quieres a… Yao (quiero). A la novia: quieres a… Pu Yao (no quiero). No se oyó bien y hubo un silencio incómodo, mientras todo el mundo se preguntaba qué había dicho. Y el sacerdote volvió a repetir la pregunta en voz más alta y entonces la novia, como gritando un poco, repitió Pu Yao. Entonces el grito de los asistentes se oyó en todo Shanghai y una mini revolución se levantó en la Iglesia. La gente no creía que no iba a haber Matrimonio y no quería marcharse de la iglesia. Tuvo que venir un alto funcionario del Ayuntamiento de Shanghai a decir que se suspendía la boda y que por favor se volviesen a sus casas. Al día siguiente la primera plana de los periódicos de Shanghai: el Pu Yao de una chica de la ciudad oponiéndose abiertamente a una tradición milenaria, y a seguir la voluntad de su familia. El primer día predominaron los ataques a la novia, pero cada día aparecían nuevas aprobaciones a su conducta, hasta que en días sucesivos eclipsaron a los ataques. Y meses después entraba en el convento, donde pasaría a la historia como Mother St. Cecilia, para unos, pero para la mayoría con el nombre que le dieron las niñas del colegio: Pu Yao Mu-Mu”.